En Argentina, la universidad pública es mucho más que un lugar de estudio: es la materialización de un pacto social, la promesa colectiva de que el futuro puede ser mejor que el presente. Es el ascensor que, generación tras generación, ha permitido el sueño del ascenso social, el título profesional como herencia primera. Ese pacto, esa promesa, fue lo que salió a defender una marea humana que desbordó el Congreso, una corriente imparable que nació en el corazón académico de la Ciudad con la UBA como emblema y creció con la fuerza vital del Conurbano y sus nuevas universidades.
La contundente derrota parlamentaria al veto de Milei a la Ley de Financiamiento Universitario no se explica solo en los pasillos de la Cámara Baja. Se explica en la movilización popular que presionó a los legisladores. Una marea estudiantil que tuvo su epicentro simbólico e intelectual en la Universidad de Buenos Aires (UBA), ese faro de prestigio y excelencia académica cuya comunidad, históricamente movilizada, volvió a erigirse como columna vertebral de la protesta. Sus facultades, sus hospitales universitarios y el legado de la reforma del 18 demostraron, una vez más, por qué defenderla es defender la idea misma de un país soberano y con pensamiento crítico.
Pero esta vez, la fuerza única, la que le dio un carácter masivo e imparable, vino de más allá de la General Paz. La marea se transformó en una ola incontenible cuando se sumó, con una potencia singular, la voz del conurbano profundo. Desde todas sus regiones, las universidades nacidas en la década del 90 –verdaderas herramientas de justicia social y democratización del conocimiento– fueron el motor de la protesta. La Universidad Nacional de Jose C Paz, la de Hurlingham, la de San Martin, la de Moreno, la Jauretche de Florencia Varela, la vieja Unqui de Quilmes dijeron presentes y movilizaron a su comunidad educativa. Estas casas de estudio, lejos de los centros tradicionales, son fábricas de primeras generaciones de profesionales. Son el orgullo de barrios enteros y la prueba de que el conocimiento es el camino para construir un país con más oportunidades. Su aporte a la movilización fue monumental, porque defendían su propia razón de existir.
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Todos unidos, defendiendo un sistema que les permite soñar con un destino distinto.”
El caso de Escobar fue emblemático de esta pulseada. El Polo de Educación Superior junto a los jóvenes del Colegio Preuniversitario Ramón Cereijo, que ven en la facultad su horizonte inmediato; los futuros docentes de los profesorados universitarios Julieta Lanteri y Luis Alberto Spinetta, guardianes de la educación pública; y los alumnos de la sede local del CBC, el puente de ingreso al sistema. Todos unidos, defendiendo un sistema que les permite soñar con un destino distinto.
La masiva marcha no fue solo en defensa de un presupuesto. Fue la defensa de un modelo de país donde el mérito y el esfuerzo encuentran en la educación pública su herramienta de movilidad social ascendente. El sueño argentino. Esta marcha materializó el rechazo a que se cercene el único camino de movilidad social que le queda a millones. La abrumadora victoria en el recinto es el reflejo de una derrota aún mayor del Gobierno en el territorio: no pudieron venderle a la Argentina que recortar el futuro de sus hijos era el camino al progreso. La marea educativa avanzó, uniendo el prestigio de la tradición con la esperanza de los que recién llegan, para decirle no al veto. Para decirle sí al futuro.
