Día del Maestro: entre el legado sarmientino, la huella peronista y la resistencia ante el ajuste

En un presente donde la educación pública es blanco de un feroz desfinanciamiento, la efeméride invita a repensar las tradiciones políticas que, desde veredas opuestas, la concibieron como pilar de la movilidad social. Un contrapunto entre el proyecto de país de ayer y la mirada mercantilista de hoy.

 

Cada 11 de septiembre, las aulas argentinas rinden un homenaje sentido a sus pilares fundamentales: las maestras y los maestros. La fecha, que conmemora el paso a la inmortalidad de Domingo Faustino Sarmiento en 1888, fue formalizada como Día del Maestro para todo el continente americano en 1943, durante la Primera Conferencia de Ministros y Directores de Educación de las Repúblicas Americanas, celebrada en Panamá. El objetivo fue doble: honrar al prócer sanjuanino y, fundamentalmente, reconocer la titánica e imprescindible labor de aquellos que moldean el futuro en el silencio de las aulas.

Hay una paradoja histórica que el relato hegemónico suele obviar: este homenaje continental se instauró bajo el gobierno de facto del general Edelmiro Farrell, pero en el momento crucial en que un coronel llamado Juan Domingo Perón comenzaba a tejer su influencia desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Fue, de alguna manera, un acto gestado en los inicios de ese movimiento que luego, ya como peronismo, el imaginario político argentino ha insistido en mantener en las antípodas de la figura del “padre del aula”, ese Sarmiento liberal, europeizante y a veces denostado por la historiografía nacional popular.

 

Sin embargo, un análisis más profundo, menos binario, revela una base común que une a estas dos fuerzas aparentemente irreconciliables: tanto el liberalismo económico de Sarmiento como el primer peronismo vieron en la escuela pública la vía de ascenso social por excelencia, la llave maestra para cumplir el “sueño argentino”. Aquella idea, tan arraigada en el sentido común de generaciones, de que “con educación, nuestros hijos van a estar mejor que nosotros”.

Sarmiento, con su proyecto de civilización y orden, soñaba con un ciudadano educado bajo premisas modernas. Perón y Evita, con su proyecto de justicia social, ampliaron ese concepto hacia la educación del pueblo, como herramienta de liberación y dignificación. El sanjuanino fundó las bases del sistema; el peronismo lo masificó de una manera sin precedentes. Entre 1946 y 1955, la gestión peronista construyó más de 8.000 escuelas en todo el país, una cifra monumental que transformó el mapa educativo argentino y le abrió las puertas a los hijos e hijas de los trabajadores. La creación de la Universidad Obrera Nacional (UON) en 1948, hoy convertida en la pujante Universidad Tecnológica Nacional (UTN), es el ejemplo más claro: la educación técnica y universitaria al servicio de la industrialización de la patria y del obrero.

 

He aquí la clave: tanto los golpistas liberales del ‘55 que bombardearon Plaza de Mayo en nombre de la “libertad” y clausuraron la UON, como el peronismo que ellos derrocaron, pensaban un país. Y en ese país, la educación, más allá de sus orientaciones ideológicas, era un pilar central e indiscutido. Discutían el cómo, el para qué y el para quién, pero no su importancia estratégica.

“con educación, nuestros hijos van a estar mejor que nosotros”.

Hoy, en el Día del Maestro de 2025, el contraste no podría ser más brutal. El gobierno de Javier Milei no tiene un proyecto de país en el sentido clásico; tiene un experimento de anarcocapitalismo, un proyecto semicolonial donde la educación pública no es un derecho ni un pilar de la nación, sino un “servicio” más dentro del catálogo de la compraventa en el mercado internacional. Un gasto superfluo sujeto a la lógica del ajuste, el recorte y la eficiencia mercantil. En su mirada, el conocimiento es una commodity y el aula, un estante más dentro del mercado.

Es en este contexto de desmantelamiento tecnocrático del área educativa donde la figura de las maestras y los maestros argentinos cobra una dimensión nueva y heroica. Más allá de los ideales políticos que los guíen individualmente, se han convertido en la primera trinchera de resistencia, en el pilar que, con uñas y salario devaluado, sostiene no solo un sistema en crisis, sino la misma idea de comunidad organizada. Son ellos, desde cada rincón del territorio, quienes enarbolan, casi sin quererlo, la bandera de una patria que se resiste a ser liquidada por el ajuste colonizador.

Este 11 de septiembre, recordar a Sarmiento y reivindicar la huella peronista no es un ejercicio de nostalgia. Es, ante todo, una manera de mirar al pasado para encontrar en él las herramientas para defender el futuro. Y reconocer que, en las aulas, esa defensa ya comenzó.

La Palabra Justa

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